Relato sensual: una tormenta de verano

La cita habría sido un fracaso si no hubiese comenzado a llover. El agua caía como si hubiera empezado el segundo diluvio, pero ellos no parecían inmutarse.⁠
Las gotas se resbalaban por su piel descubriendo las curvas más sensuales de su cuerpo. ⁠
En el restaurante, la conversación no había estado mal. Él era ingenioso, ella era irónica. Humor inteligente que no dudaron en usar en su primera cita, ambos hartos de citas a ciegas.⁠
Ya se despedían cuando la tormenta de verano se desató sobre ellos. Pronto empapó el vestido de gasa, haciendo que se pegase a su piel como una segunda película que aumentaba el deseo que él había tenido, desde el principio, al descubrir unos labios carnosos debajo de unos ojos que lo decían todo.⁠
Él le ofreció ir a su casa, cerca de allí; coger un paraguas, secarse un poco.⁠
Ella aceptó pasar un rato más con el dueño de ese cuerpo espectacular. Se juraba a sí misma que no se iba a colgar de alguien que era imposible: un físico más que bueno y nada de estupidez.⁠
Corrieron como niños haciendo una travesura y llegaron hasta el portal, riendo y empapados en deseo. Él apartó el cabello de su cara, ella se mordió los labios… y la tormenta estalló en las escaleras.⁠
Su mano recorría la piel húmeda, la de ella exploraba las montañas de su vientre. ⁠
Sin querer dar un espectáculo gratuito, él pulso el botón del ascensor que los llevaría al cielo.⁠
La puerta se resistió más que su ropa. En segundos, estaban desnudos sobre el sofá, el lugar más cercano. ⁠

Él tomó su pecho con gula y lamió las gotas que no habían desaparecido con el vestido. Ella se arqueó para sentir su dureza, sabiendo que el fuego los arrasaría pronto. ⁠
Sin casi separarse, él alargó la mano para coger la protección de su cartera y no tardó mucho en ponérsela, pero antes, quería besar sus labios, y bajó regalándole un camino ardiente por su piel, hasta llegar al punto más álgido de la noche. ⁠
El clímax se acercaba y ella quería sentirle dentro, así que con un gesto más parecido a un paso de baile, le invitó a poseerla, sin que él declinase ese llamamiento.⁠
Entró, despacio, como llamando a la puerta, pero ella le dejó pasar hasta el fondo, deseando que él comenzara a moverse a su ritmo; rápido, desenfrenado, cálido y ardiente.⁠
Los truenos sonaban en el exterior y la lluvia caía inundándoles de olor a tierra mojada, tan húmeda como su interior.⁠
El ritmo se aceleró y parecía que la tormenta, justo sobre ellos, los animaba a danzar pegados. Ella se arqueó sintiendo que la electricidad la atravesaba y comenzó a pedir más. Él se lo dio. Le dio todo lo que quiso.⁠
Y juntos, se perdieron entre el sonido de los truenos, iluminados de vez en cuando, por un rayo curioso, que convertía la escena en el teatro de la vida.⁠


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