Capítulo 1 de 10 días antes de San Valentín

San Valentín, junto a la Navidad son las fechas más románticas del año y, como tenía que ser, a fecha de hoy, tengo dos novelas ambientadas en este mágico día.

Hoy os pongo el primer capítulo, por si os apetece leerlo. La protagonista es Cris, una chica que no cree en el amor a primera vista y que no encuentra el tipo que le haga suspirar.

En este capítulo ya comenzarás a conocerla y a ver su humor algo irónico. ¡Disfruta mucho!

 

Día 10 antes de San Valentín (5 de febrero, viernes)

 

Si me dieran un euro por cada vez que las pesadas de mis amigas piensan en un tío para mí, sería millonaria.

Por supuesto que no me niego a salir con hombres, la verdad es que lo hago y quedo con diferentes conocidos, a veces me doy una alegría al cuerpo, que ya tengo treinta y es una tontería reprimirse. Pero la verdad es que no he encontrado esa persona que me llene, con la que compartir mi vida y tener un happy end,  como mi amiga Jenni lo tiene con David.

Menuda pareja de tontos. Toda la vida juntos, los mejores amigos, viviendo ya en el mismo piso, y habiendo disfrutado de la cama, después quedaron en nada. Si no llega a intervenir Robert, el primo de David, cuando se llevó al huerto a Jenni,  ninguno de los dos se hubiera dado cuenta de lo locos que estaban el uno por el otro. Y ahora, hay que verlos. Están todo el día besuqueándose. Hasta Alicia, la hermana de David, se va avergonzada de vez en cuando.

Y lo peor es que se van a casar este verano. Y para entonces se han propuesto que yo tenga pareja, así, como si fuera algo tan fácil. Como si fuera entrar en una tienda de ropa y encontrar una chaqueta que se ajuste bien a tu cuerpo, sin que sobre o falte en algún sitio. No. Ya se lo digo y repito. Los hombres son complicados, como las mujeres. No es fácil que aguante mi vitalidad o  mis ganas de hacer cosas e incluso mi afición a gastar alguna broma o a cantar o reírme escandalosamente. El último que me presentaron fue un abogado y se puso colorado cuando, en el restaurante de lujo al que me invitó, me dio un ataque de risa. Casi se va dejándome con la cuenta. Por supuesto, no volvió a llamarme.

No digo que no sepa comportarme. Por supuesto que sí. Pero me gusta actuar de forma libre, ser yo misma, sin tener que fingir. ¿Hay un hombre que aguante eso? No lo sé.

Entro a la oficina donde trabajo con mi sonrisa habitual. Saludo a mi jefa que, como siempre, empieza a las ocho de la mañana. Heredó la agencia inmobiliaria de su padre y tiene esa necesidad de cumplir mucho más. Y eso que tiene un par de años más que yo. Yo trabajé con su padre y es cierto que era muy estricto, pero era justo. Don Justo. No es que le pusiera apodo, es que se llamaba así.

Se me escapa una risita antes de dejar el abrigo y sentarme delante del ordenador. Mi compañero Quique me mira y me sonríe. Él también es puntual, pero por otros motivos. No me lo dice, pero creo que está colado por mi jefa. En realidad, no lo creo, lo sé.  Siempre está diciendo que Ágata es tal o cual, o lo mucho que trabaja o cómo está sacando adelante la agencia; vamos, que se le nota. Pero lo único que sale de él son miradas más o menos lánguidas hacia la mesa de nuestra jefa. Debería decidirse.

Enciendo el ordenador y abro mi correo y mi agenda de citas para hoy. Normalmente no suelo ir a enseñar pisos u oficinas, porque para eso tenemos a nuestro Herminio, un militar jubilado que es un encanto y súper educado. Pero hoy mi querida amiga Jennifer me ha pringado especialmente.

Resulta que el hijo de un primo de su madre, que es yanqui, tiene una oferta de empleo en una industria papelera de la ciudad. ¿Quién querría venir a trabajar aquí viviendo en Estados Unidos? A saber qué problemas tiene. El caso es que me ha pedido que, por favor, le enseñe pisos o mejor, si hay algún adosado al guiri. Y, claro, en el momento en que mis amigas me piden algo, he de decir que voy, aunque me fastidie la mañana. Dicen que soy independiente, pero a ellas nunca he sabido negarles nada.

Así que estoy esperando que venga el guiri y preparando los cinco pisos que vamos a ver, en concreto, tres pisos y dos adosados. Se lo he comentado a Ágata y, por supuesto, no ha habido problema.

Reviso la agenda y paso un par de contratos de alquiler al departamento legal para que cambien un par de cosas y se me pasa el rato. Es la hora del café y el tipo no ha venido. Mando un mensaje a Jenni para que me asegure que le dio la dirección adecuada. Ella me dice que sí. No me gusta que sea impuntual.

Me levanto molesta y me pongo el abrigo porque Quique se va a pasar a tomar un café y a traerle uno a Ágata, que no abandona el puesto casi ni para ir al baño. ¡Qué obsesión! Mira que le digo que tiene que divertirse, echarse novio, echar un polvo, claro, y me mira como si me hubieran salido dos cuernos verdes en la frente. Y eso que su padre, don Justo, vive con su mujer tranquilamente en Benidorm sin pedirle cuentas de la agencia. Creo que tiene un grave problema de autoexigencia.

Un tipo alto y con barba corta está de pie, en la puerta, de lado, mirando el móvil. Tiene las espaldas anchas y el pelo algo largo. Está frunciendo el ceño, y al final saca unas gafas y se las pone. Cuando ya le voy a decir si se puede apartar del medio, se vuelve hacia nosotros y nos habla.

—Buenos días, busco a Cristina —dice arrastrando la r.

Con esas pintas, me imagino quién es. Ya me ha fastidiado el café, y me moría de hambre.

—Soy yo —le digo sonriendo un poco.

—Soy James, el primo de Jennifer —su forma de decir Jennifer, a lo guiri, me suena la mar de sensual. No como cuando yo la llamo Jenni.

—Bien, pues ya que estás, iremos a ver los pisos. ¿Quieres tomar un café? —pregunto esperanzada a ver si me da tiempo de tomar un pincho de tortilla.

—No es necesario, mejor vamos a ver los pisos —titubea al ver mi cara ligeramente decepcionada—, esto, gracias.

—Está bien, vamos.

Me despido de Quique, que se aguanta la risa y se va a tomar un café y mi pincho de tortilla. Mi estómago gruñe al pensar en ello. Mi coche está en el garaje cercano y me doy cuenta de que igual es un poco pequeño. El tipo debe medir cerca de metro noventa y yo llevo un Peugeot 106, muy práctico para aparcar, pero poco para tíos grandes.

Le abro la puerta y arquea las cejas como pensando en la manera de sentarse ahí. Me encojo de hombros y entra con dificultad. Tiene la cabeza algo ladeada porque literalmente el techo es demasiado bajo y procuro no reírme, aunque sé que en algún momento puedo estallar. Él está serio, preocupado. Supongo que estará pensando dónde se habrá metido. Me muerdo los labios para no reírme.

—Empezaremos por un piso en el barrio del Actur. Me dijo tu prima que querías un sitio tranquilo y no céntrico, con poco tráfico. Ahí hay dos que quizá puedan interesarte.

—Está bien.

Cruzamos el puente y conduzco hacia una de las calles principales. Después, tuerzo a la derecha y entro en esas calles que hay en el barrio que no tienen salida, sino que es como una manzana donde solo se puede aparcar y entrar y salir por el mismo sitio. Así, no da a calles principales y hay poco tráfico. Aparco enseguida y salimos.

—¿Qué te parece la zona?

—Parece bien —dice lacónico.

Creo que el tipo no es muy hablador. Así que, con las llaves en la mano, entramos en el portal. El piso tiene pocos muebles, pero es luminoso. Le enseño las habitaciones y la cocina.

—¿Te gusta?

—Sí, pero vemos más.

Toma algunas fotos con el móvil y nos vamos a ver los otros pisos. Hacemos lo mismo, él sin apenas hablar. El último es «el adosado», mi favorito. Desde que entró en la agencia, he pensado que es donde me gustaría vivir. Está dentro de la ciudad y tiene un jardín de unos veinte metros. La casa no es muy grande, unos cien metros en el interior, pero está bien aprovechada. Cuando lo veo, me veo allí, con un jardín e incluso una pequeña fuente de esas zen. Por supuesto, me encantaría que Jennifer y David lo decorasen.

Suspiro y miro a James que también me estaba mirando.

—Me quedo este —dice y, en parte, creo que me molesta.

O sea, yo vivo temporalmente en casa de mis padres porque estuve saliendo con un chico y me fui a vivir con él, pero luego cortamos y como me acababa de comprar el coche, no tenía mucho dinero para alquilarme algo tan chulo como esto. Así que tuve que volver a casa de mis padres, que me acogieron encantados, pero tengo ganas de volver a independizarme.

—Buena elección —acabo diciéndole.

Este adosado no tiene casi muebles pero la cocina está recién reformada.

—¿Hay opción a compra en caso de que me interesase? —pregunta y el estómago se me retuerce.

—Creo que sí —digo vaga—, lo preguntaré. ¿Le vas a pedir a tu prima que te lo decore?

—Si le parece bien, sí. Yo no tengo mucha idea de muebles.

—Eras químico, ¿no?

—Sí, ingeniero químico.

No logro sacarle nada más. Mira de nuevo todo, sin esperarme. Sube a las habitaciones y yo salgo a la terraza y me siento en el pequeño escalón que sube a la cocina. Las vistas son estupendas porque no hay edificios justo delante.

Sale a la terraza, esquivándome y da unos pasos, como midiendo el espacio.

—¿Tienes perro? —me pregunta y niego con la cabeza.

—Yo voy a comprarme uno. En unos meses.

—Me parece bien, los perros hacen mucha compañía, sobre todo si estás solo —intento sonsacarle. Lo mismo tiene novia o esposa y luego vienen aquí.

—Estoy solo —lo dice frunciendo el ceño y me fijo un poco más en él. Ya he dicho que es alto, con el cabello castaño despeinado y algo de barba. Sus ojos son azules, pero no claros, y tiene la nariz recta. La verdad es que ahora que me fijo es guapo. Rectifico, está muy bueno. Con esas pintas de deportista americano cachas.

Sale hacia la puerta, deseando marcharse y yo también. De vuelta al coche, se coloca de nuevo con la cabeza inclinada y conduzco hacia el centro. Al menos, será una buena comisión, porque el alquiler no es de los más baratos. Sin embargo, estoy triste.

En la oficina, firma los papeles. Su nombre completo es James P. Anderson y tiene treinta y tres. Se aloja en un hotel y con una breve despedida y la parte de su contrato firmado, se va de la oficina.

—Enhorabuena, Cris —dice mi jefa—, ese adosado es monísimo, aunque sea algo caro. Supongo que no tiene problema de dinero.

—No, desde luego. Mira el cheque, fianza, alquiler de tres meses… y no ha dicho nada del precio.

—Allí en Estados Unidos todo debe de ser algo más caro —contesta Quique—. Te he traído un pincho de tortilla por si acaso te daba tiempo de almorzar.

—Eres un sol —digo abrazándolo. De reojo veo que Ágata se gira. Eso me da una idea, y no es nada buena. Creo que a ella también le gusta y la verdad es que es guapetón, algo delgado, alto y agradable. Me voy a poner en modo celestina como hice con Jennifer.

Si antes pienso en ella, antes me llama.

—Hola, Jennifer —digo imitando el acento del guiri.

—Me ha dicho James que ya tiene casa y que si podemos pasar el finde a tomar medidas para decorar. ¿Tendrá ya las llaves?

—No, porque la dueña vive fuera y tiene que venir a firmar, pero no creo que haya problemas en acompañarte y dejarte entrar.

—Ah, genial, iremos David y yo, a ver si me explica qué quiere.

—Pues suerte, porque hablar, habla poco.

—Sí, creo que es muy serio, me dijo mi madre. Pero cuando lo fuimos a buscar al aeropuerto, vimos que era guapetón. Oye, que si no…

—Relájate, Jenni. No empieces, por favor. Soy mayorcita para buscar mis propios ligues. Te estás poniendo muy pesadita con eso.

—Vale, vale. Solo digo que si está solo y tú…

—¿No has dicho que ya valía? Es guapo, pero no es mi tipo. Ya sabes que a mí me gustan los que siguen mi ritmo. Y él no tiene pintas de eso.

—Eso sí es verdad. Vale, pues quedamos el sábado a las diez y luego nos vamos a comer.

—Sabes que «el sábado» es mañana, ¿verdad? Me parece que estás en tu limbo de amor con David y no te enteras de qué día vives.

—Pues sí. Estar enamorada es… genial. Deberías probarlo.

—Uy, me entra una llamada. Hasta mañana, pelirroja.

—Adiós, rubia.

Cuelgo ya agotada mentalmente. Cualquier tipo que aparece delante de sus narices es el adecuado para mí. Me tienen lo que se dice harta. ¿Y si no hay un tipo adecuado para mí? Hasta mis padres están diciéndome que a ver cuándo les presento un chico. Me acosan desde todos los lugares. Parece que cuando cumples los treinta debes tener ya la vida medio resuelta, pareja, piso e incluso niños. Yo no cumplo ninguna de esas cualidades.

Me despido de mis compañeros y me voy a casa. No tengo ganas de quedar con nadie, así que me meto en mi habitación. Mis padres se han ido a cenar con amigos. ¡Si salen más que yo! Me doy cuenta de que esta no es la vida que yo esperaba tener a mi edad. Me meto a la cama después de darme una ducha calentita, con una novela romántica de mi madre, que nunca confesaré leer. En ellas hablan del amor verdadero, de ese que se descubre a la primera, que en una semana estás enamorada y encuentras a la persona con la que compartir tu vida y ser felices para siempre. Cierro el libro con fuerza y lo dejo caer al suelo.

—Todo es una gran mentira —suspiro antes de caer dormida.

 

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