Sueños Etéreos: recopilación de los relatos ganadores del concurso de la Editorial Khábox
En marzo de 2018 quedé finalista el concurso «Sueños Etéreos» de la editorial Khábox con mi relato «La Maldición de la Befana» y ¡ya está publicada!
Esta antología incluye el relato ganador de la convocatoria Sueños Etéreos de Khabox Dreams:
Los juegos de Judith
Libertad Delgado Rodríguez
Y los 6 relatos finalistas:
Sangre y Plaga – Adrián M. Astorga
El hijo de la venganza – Tony Jiménez
La Maldición de la Befana – Anne Aband
Actividades nocturnas – Anne Scarlett
Guardián de Caronte – Ángel Zuare
Los enviados del sueño – María J. Pinto del Solo
Aunque es cierto que todos los relatos que hay en el libro son muy interesantes, no puedo compartirlos, pero sí un pedacito del mío, espero que os guste.
Así comienza «La maldición de la Befana»
1-
El día que me caí a la piscina y morí, cambió mi vida para siempre. Evidentemente no fue una muerte definitiva; pero durante unos diez minutos estuve fuera de mi cuerpo y de este mundo. Solo era una niña. Tenía siete años.
Desde pequeña siempre me encantaron las pequeñas y brillantes luces que me rodeaban. No estaban a todas horas conmigo, pero de vez en cuando, y, sobre todo, el día en que mi abuela recibía sus visitas especiales, había un enjambre de luciérnagas, como mi nona me explicaba.
Mi abuela se llamaba Antonella y era italiana, por eso todos la llamábamos Nona. Ella tenía un don. Hablaba con personas que ya habían dejado este mundo, lo que hacía que mi padre, su hijo, se sintiera bastante avergonzado. Cuando se vio que la herencia había saltado su generación, entonces toleró más a su madre. Pero tuvo que pedirle ayuda ya que la primera vez que empecé a ver luces, y me llevaron al médico a ver si tenía una lesión neurológica, con resultado negativo, se dio cuenta que sus peores pesadillas se habían hecho realidad. La pequeña de la casa tenía esos «dones» al igual que la abuela.
La Nona era sensitiva, tenía clariaudiencia. Escuchaba lo que las personas que ya no estaban aquí le decían y se lo comunicaba a sus familiares. Lo cierto es que este don al principio le trajo muchos problemas. Ella vino a España huyendo con su familia de Mussolini y de algunas personas que querían o encerrarla o bien aprovecharse de ella. Su madre tenía una prima en Barcelona, así que tomaron un barco y se vinieron desde Cerdeña donde vivían, a España, donde nadie habló de su don, hasta que finalmente se descubrió. Pero mi abuela entonces ya tenía unos treinta años, y los tiempos habían cambiado mucho.
El boca a boca hizo que empezase a tener clientes. Desde personas humildes, a banqueros, e incluso famosos empresarios o actores. Mi padre conoció a muchas de las personas más influyentes de aquellos años. Los estudios de medicina en una universidad privada fueron costeados con las sesiones de adivinación precisamente.
Solo que mi padre nunca aceptó que su madre pudiera ser una bruja, una médium. Sin embargo, el abuelo lo aceptó siempre. Se conocieron en una consulta, en la que él, que ya tenía casi cincuenta años, vino a preguntar si su esposa fallecida estaba bien. Antonella seguía soltera a sus treinta y cinco, y aparte de comprobar que la esposa estaba de maravilla, se enamoró de su alma, pues Francisco, mi abuelo, era la persona más buena y con mejor corazón que nadie haya podido conocer.
De hecho, mi abuela quiso dejar su «negocio» para estar con él más tiempo, pues sabía que no era muy largo. Él se negó, incluso no quiso saber cuánto tiempo podría estar allí. Tuvieron un hijo, mi padre, y cuando éste tenía cinco años, él se fue. Mi abuela se quedó viuda con cuarenta y cuatro años. Lo que ella no sabía es que Francisco, que era peluquero de oficio, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo, se hizo un seguro de vida, que dejó a mi abuela en muy buena posición. Así que, aún después de marcharse, cada día era bendecido y agradecido por ella. Nunca se volvió a casar, aunque pretendientes no le faltaron. Pero nadie se comparaba a su Paquito, así que, crio a su hijo Francisco José, mi padre, con todo el amor de madre posible, pero compaginando su trabajo, que le permitía estar en casa con él.
Así que nunca les faltó dinero, y vivieron muy bien en la pequeña casita con jardín, donde mi abuela cultivaba algunas hierbas con las que también hacía cremas y aceites. Digamos que era una bruja bastante completa. La casa era preciosa. Yo jamás me quería ir cuando estaba allí, y, de hecho, mi abuela me la dejó a mí en herencia. Tenía dos plantas muy bien distribuidas. Los altos techos tenían unas preciosas molduras clásicas. Unas lámparas art-decó lucían en las amplias habitaciones, dándole un esplendor especial a la casa. La historia de la casa era curiosa.
Mi abuela conoció a su propietaria, una anciana marquesa. No tenía hijos y se sentía muy sola en el mundo. Conoció a mi abuela en una de sus sesiones grupales y se quedó a hablar con ella después. Valeria, que era como se llamaba, tenía también dones, pero en su familia, no le habían dejado expresarlos. Tenía ya cerca de noventa años y sabía que se iba a ir pronto. Deseaba contactar con un antiguo amor, que también se le negó, por su posición social, y ahora, quería reencontrarse. Además, temía que la casa, su amado hogar, pasase a malas manos. El banco sobrevolaba su propiedad como un buitre a la caza, por su ubicación tan privilegiada, casi en el centro de Barcelona. Ella no tenía ningún pariente cercano y los lejanos, no eran de su interés. Así que le propuso un trato a mi abuela: si le ayudaba a recuperar sus dones, ella le vendería su casa a un precio razonable, aunque con la condición de que mientras ella viviera, podría quedarse allí. Y que la cuidaría bien, por supuesto.
Mi abuela, que ya tenía relación con mi abuelo, estaba buscando piso, pero la casa de la señora era todo un sueño. Más de doscientos ochenta metros cuadrados en dos plantas y una pequeña buhardilla donde más tarde encontraría yo verdaderos tesoros antiguos. Un jardín arbolado y hasta una cochera en un lateral de la casa. Cuando entró en la casa, se vio viviendo allí y criando a su familia.
….
Después, se cuenta la historia de Luna, la protagonista, y de las «luces» que la rodean, de una terrible visión en forma de payaso, y de los «sincara».
Un relato fantástico con recetas de verdad para hacer limpiezas energéticas.
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