Judas Sky, detective privado

Os presento un relato basado en el mundo y en los personajes de Escondido, la niebla gris. Es como un spin off, más o menos.

Todos aquellos que se apellidan Sky son semiángeles, híbridos o como quiera que se les llame.
Pero Judas no. No tiene alas y su misión no es salvar el mundo de demonios que desean entrar desde el inframundo.
Sus competencias son más terrenales. Se encarga de que los sobrenaturales se comporten con los seres humanos normales y, por supuesto, entre ellos.
En este relato corto conoceréis a Judas, sabréis por qué su madre nunca lo quiso y lo más importante, rescatará a una cambiaformas o cambiante de un secuestrador.

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Escondido. La niebla gris

Y aquí va la primera parte del relato

 

JUDAS SKY

DETECTIVE PRIVADO

Por Anne Aband

 

Introducción

 

El hombre leyó el cartel de la puerta cuatro veces. Sí, era allí, aunque el barrio donde estaba la oficina no le daba mucha confianza. Pero su esposa, Ellinor, había desaparecido. El tal Judas Sky era el tipo a quien prometió que acudiría si le ocurría algo.

Arropó a su pequeña que todavía dormía. Al principio pensó dejarla con su vecina, pero tenía miedo a que se la llevaran, como a su esposa.

Seguía dudando si era la persona adecuada o no. Observó que las letras de privado estaban algo despegadas. ¿Fue a propósito o es que eran muy viejas? Escuchó un ruido a sus espaldas que le sobresaltó, así que tomó la determinación de llamar. Golpeó dos veces el cristal suavecito para no despertar a su hija. Como no contestaba nadie, abrió la puerta y entró.

La salita a la que accedió estaba desordenada y olía a colillas de cigarros acumulados. El tufo debía proceder del cenicero enterrado entre revistas viejas y un par de latas vacías de cerveza. Estuvo a punto de volverse y salir cuando escuchó una voz ronca.

—Adelante.

El hombre se agarró a su pequeña que protestó por el apretón, pero siguió dormida. Abrió la puerta que debía ser de su despacho. Allí no olía a colillero.  Había un suave olor a colonia masculina, junto a otro, ¿era a sexo?

El que debía ser el dectective estaba sentado detrás de la mesa, algo despeinado. El cabello que se unía a su frente estaba mojado. Y aunque llevaba la camisa sin terminar de cerrar, el tipo era muy atractivo. En agosto y en París el calor era extremo, pero según iba entrando, se dio cuenta de que el sudor no era por ese motivo.

Una mujer salió del servicio y confirmó sus sospechas. Ella era como su esposa. Rabiosamente atractiva, no muy alta, pero con muchas curvas, donde seguro había patinado el detective. Ella olisqueó a los recién llegados y sonrió.

—¡Qué monada! —acarició el cabello de la pequeña— Judas, gracias por tus servicios. Te veo… luego.

Stephen se quedó mirando el contoneo de la mujer cambiante mientras salía del despacho. El detective carraspeó.

—¿Y bien?

—Buenos días, señor Sky. Soy Stephen Conais. Mi esposa, Ellinor, ha desaparecido.

Capítulo 1

 

Judas miró al atlético hombre que sostenía una pequeña niña cambiante. La había olido igual que Susan. Tenía la obligación de atender a todo ser sobrenatural y a sus familias en primer lugar, lo que le llevaba a fastidiar momentos como éste, en los que se dedicaba a una de sus mejores tareas: aliviar a una cambiante para que descargase su carga hormonal. Como hijo de un semiángel, tenía algunas ventajas como su estatura y su complexión, además de un gran atractivo sexual. Sin olvidarnos de un fino olfato para descubrir a los sobrenaturales, encontrarlos cuando estaban perdidos, o ayudarlos en cualquier circunstancia.

Los escasos hijos de semiángel como él tenían esa obligación, eran creados para ello. Y para otras cosas, claro.

—Dígame, señor, ¿satisfizo a su esposa estos días de luna? —Judas no se anduvo con rodeos.

Al hombre se le enrojeció el rostro y miró nervioso a su hija pequeña, de unos tres años, que todavía dormía.

—Por supuesto. Ellinor y yo pasamos tres días continuamente haciéndolo. De hecho, hoy era el último día de la luna, como sabe. Ella estaba muy tranquila así que la dejé en la cama y llevé a mi hija al colegio. Cuando volví, ya no estaba. Al principio pensé que había ido por helado, a ella le gusta, bueno, comerlo y aplicarlo. Pero como tardaba mucho y se hacía la hora, salí a recoger a la pequeña. Ella seguía sin aparecer. Me alarmé y llamé a la policía, pero me dijeron que debía esperar 24 horas antes de denunciar, pero sé que no se ha ido, señor Sky. Se la han llevado —acarició el cabello de su pequeña y miró suplicante al detective.

—Comprendo. Con una niña pequeña, ella nunca se iría. Las cambiantes soy muy maternales.

—Exacto. Gracias a Dios, lo comprende —el hombre se sentó en una silla frente a la mesa aliviado— Por alguna razón había algo que le preocupaba y me dio su nombre hace unos días. Como si lo supiera…

—¿Dónde trabajaba su esposa? —Judas hizo un intento de encenderse un cigarrillo, pero miró a la niña y lo dejó de nuevo en el paquete.

—Ella es conservadora de arte, en el Louvre.

Judas frunció el ceño. Tenía que ser en el Museo. El último lugar donde desearía ir de todo París. Allí estaba Amanda. La última vez acabaron muy mal. Su madre no soportaba verlo y él a ella tampoco. Se lo había dejado claro a los cuatro años. Y desde entonces, había pasado a ser cuidado por una de las acólitas de su madre, esa a la que llamaban Sini, y que era una especie de hada. Lo entrenó para ser un guerrero y cuando tuvo catorce, lo entrenó para las artes amatorias.

—¿Hay algún problema especial en el Louvre? —preguntó Judas.

—No, señor Sky, los guardianes del vórtice están haciendo su labor. Supongo que conocerá a Amanda Sky, quizá sea pariente suyo, y hay una bruja, una tal Maga, que parece ser muy eficiente.

—¿Algún otro tipo de problema? ¿Alguien que le tenga envidia a su esposa?

—No. Nada que yo recuerde. ¿La buscará? —Stephen lo miró de nuevo suplicante.

—Sí, es mi obligación. ¿Tiene una fotografía?

—Aquí la tiene. Y mi teléfono está escrito por detrás. Por favor, llámeme en cuanto sepa algo. Ella lo es todo para mí.

El hombre sacó de su mochila un sobre naranja donde se veía un fajo de billetes que Judas recogió. Aunque tenía la obligación de atenderlos, nadie le dijo que no cobrara por ello.

El nuevo cliente salió con su hija que ya había despertado. La niña le miró con sus ojos gatunos y le sonrió.

 

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