Capítulo 1 de Los lobos escoceses de Black Rock

Vamos con la segunda parte de la bilogía de Black Rock. Lo mejor de este libro, además de la historia, es que hay dos contenidos adicionales que puedes descargarte desde el código QR del final del libro.

Capítulo 1. La despedida

Sean se despidió contento de sus nuevos amigos de Sussex. Fuertes abrazos y palmadas sonaron en su ancha espalda. Parecía mentira que en solo nueve meses desde que se había ido de Glencoe su aspecto hubiese cambiado tanto.

Había dado un buen estirón de altura y calculaba que podría llegar a ser tan alto como su hermano Jason y, gracias al extremo ejercicio del alfa de la manada de Londres, su cuerpo se había ensanchado.

Sasha lo miró, compungida, desde un rincón. Él se fue a acercar a ella para despedirse, pero la chica se dio media vuelta y se metió en la casa.

El alfa lo distrajo y volvió a darle dos buenas palmadas y un puñetazo que, si se lo hubiera dado unos meses antes, lo hubiera tirado al suelo. Se enorgullecía de lo fuerte que se había puesto.

—Bueno, muchacho —le dijo Thomas, el alfa—, espero que hayas aprendido mucho y puedas ayudar a tu hermano con la destilería. Y recuerda volver a decirle que, si quiere aumentar la producción, podemos ayudarle.

—No creo que Jason quiera dar su fórmula magistral, ni la sé yo —contestó Sean encogiéndose de hombros. Era una receta familiar, desde los tiempos en que los McDonalds fueron masacrados por Robert Campbell y su ejército.

Escupió a un lado, como siempre que se pensaba o se mencionaba a un Campbell. «Nunca confíes en un Campbell» era el dicho popular que había pasado de padres a hijos en su familia y nunca lo olvidaba.

Cogió su petate y volvió a mirar hacia la casa. Estar con Sasha esos meses había sido bonito, ambos disfrutaron, pero él nunca pensó en nada serio con ella. Le hubiera gustado explicarle eso a la chica, pero no le había dado oportunidad. Cuando Jason le avisó de que Nimué había nacido y que lo esperaba para festejarlo con toda la familia, se dio cuenta de cómo echaba de menos Glencoe, a su hermano y a todos los que vivían allí, incluidas las brujas Kinnear, bueno, en concreto a una de ellas. Se había intercambiado algún mensaje con Megan, pero estaba tan inmerso en aprender y experimentar allí y algún corto viaje que hizo por Europa, que al final dejaron de escribirse.

Se subió en el taxi que lo llevaría a la estación de autobuses y suspiró relajado. Le esperaban doce horas de viaje así que aprovecharía para dormir.

Echó una última mirada hacia la casa de Sussex donde había pasado los últimos meses. Pudo ver a Sasha y su precioso ceño fruncido. Luego, ella corrió las cortinas con fuerza. Tenía bastante mal genio y él había disfrutado al principio molestándola. Luego llegó un roce, un beso y se enrollaron.

Se acostaron porque ambos quisieron. Y disfrutaron correteando a la luz de la luna. Ella tenía un bonito pelaje color canela y un tamaño lobuno bastante considerable a pesar de tener solo un año menos que él.

Habían recorrido los bosques cercanos a Twelve Oaks, donde estaba instalada la manada, y retozaron en la hierba, en el monte, en la cama… en todos los sitios que podían, a decir verdad.

El taxi lo dejó en la estación y subió al autobús. Pensativo, se concentró en Sasha. Ella tenía el cabello rubio, como Megan, y quizá fue eso lo que le llamó la atención. Era algo más alta que la bruja y sus ojos no eran grises, sino azules. Era bonita y cabezota, como ella. Sonrió pensando en Megan. Quería enseñarle su nuevo «yo», más atlético y en forma. Sus brazos se habían doblado casi y había cogido unos diez kilos, pero en masa muscular. Jason tendría dificultades para vencerle en sus peleas y juegos, que tanto echaba de menos.

Quizá ahora que estaba casado con la bruja Kinnear se hubiera vuelto blando. Se alegró mucho cuando ellos volvieron a Glencoe a instalarse, a pesar de que la abuela de Bárbara no parecía estar a gusto, parecía que ahora se llevaban bien. Y saber que el amor de los McDonalds y las Kinnear era posible había sido un mundo para su hermano. Estaba seguro de que se enamoró de ella la primera vez que la vio. Sonrió al recordar la anécdota. Bárbara había sido muy valiente al enfrentarse a un enorme lobo negro con un palo y una piedra, que acabó tirándole a la cabeza. La química entre ellos fue tremenda y es que estaban hechos el uno para el otro.

Varias manadas que vivían en las Tierras Altas se habían enterado de que la relación entre lobos y brujas era posible y estaba seguro de que alguna más saldría.

Él, sin embargo, no tenía ganas de comprometerse. Ahora que había aprendido algunas cosas en la destilería de la manada de Sussex, quería ponerlas en práctica y no quería una relación formal. Seguía sintiéndose demasiado joven para atarse.

Y le gustaría viajar a Berlín con el hijo del alfa, con el que había congeniado mucho. Querían visitar un par de fábricas de cerveza.

De todas formas, Jason no lo necesitaba. Un primo de Connor estaba ayudándole de momento, por lo que su vuelta no era urgente.

Aunque estaba deseando conocer a su sobrina. Con lo protector que era Jason, pobre del que se le acercase cuando fuera una jovencita. Sonrió al pensarlo y se recostó sobre el asiento. Todavía quedaban muchas horas para llegar a casa.

 

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