Una princesa en rebeldía. Capítulo 1
Siempre me gustó esta parte de Big Bang Theory. Bueno, la serie completa, desde luego. Pero esta parte… me recuerda a mi misma. Demasiado mental, pero a veces, los pequeños detalles nos emocionan.
¿La recuerdas?
Así que hoy, hablando de princesas y tiaras, vengo a presentarte el primer capítulo de mi nueva novela, Una princesa en rebeldía.
Se trata de la historia de una princesa que no quería serlo, que se ha retirado del mundo que considera artificial y se va a trabajar a una ONG. Pero su hermana se casa y debe volver. Eso, unido a amenazas contra su familia, hace que deba ser escoltada.
Es un retelling de El guardaespaldas, pero con mejor final.
¿Quieres leerlo?
Prepárate un café o un té y ¡adelante!

Capítulo 1
—Ellie, ¡tu teléfono no para de sonar!
Mi supervisora de la ONG donde colaboro es una mujer encantadora. Nunca se mete en mi vida, aunque no sepa absolutamente nada de ella. Me avisa mientras estoy en la cocina, rodeada de cacerolas humeantes, en pleno agosto y en un Madrid que pide a gritos una tormenta de verano.
Suelo dejar el móvil en mi taquilla para que nadie me moleste mientras trabajo, así que me extraña que me haya avisado.
Me limpio las manos y le digo a mi compañera que vigile el cocido, el plato del día. Siendo de ascendencia francesa, me costó comprender por qué alguien querría meterse en su cuerpo una comida así de pesada en verano, pero después de vivir aquí cuatro años, la disfruto.
Voy hacia la taquilla y veo seis llamadas sin contestar. No me extraña que me haya avisado, mi hermana pequeña es muy insistente, a pesar de que le tengo dicho que no me llame a estas horas.
Me arriesgo a llamarla y espero que no sea nada grave. Creo que me hubiera enterado por la prensa. Claro, no lo he comentado. Mi familia es la regente del pequeño país de Saint-Paulin, justo al lado del Principado de Mónaco. Somos más pequeños incluso, y a pesar de ello, nos independizamos de Francia en los años sesenta, cuando se descubrió una gigante bolsa de gas justo debajo del valle donde estaba asentada la ciudad. Por resumir, se hizo un referéndum y nos declaramos independientes y mi abuelo, que hasta entonces había sido el alcalde y que descendía de la nobleza europea, fue declarado regente. No íbamos a ser menos que Mónaco.
Llamo a mi hermana y salgo al callejón, donde la sombra se derrite a lo largo del suelo. Para mí que el aire se ondula cuando lo miro, pero es la única forma de tener algo de privacidad. Tarda un tono en cogerme el teléfono.
—Elisabet —grita en mi oreja—. ¡Me voy a casar!
Últimamente estoy fuera del circuito y no recuerdo que mi hermanita de veinticuatro años estuviera saliendo con alguien. O no la habían pillado en las revistas, claro.
—Me alegro, Viv. ¿Con quién?
—¿En serio me lo dices? —Su voz suena indignada y yo me desespero. Cuando mi hermanita se molesta es bastante pesada—. Con Richard, con quien si no. Y necesito que vengas ya.
Miro al cielo, ese día hay calima, o es la contaminación, o quizá mi malhumor que se ha densificado encima de mí. Hace años que me fui y no quiero volver.
—No sé para qué quieres que vaya, ya sabes que…
—Por favor —me interrumpe—, eres mi única hermana.
—Tienes a la esposa de nuestro hermano.
—Ella está embarazada, no sé si lo sabías —dice irónica, y sí, eso sí que lo sabía. Es el tercero. Mi hermano es muy activo por lo visto.
—No me hagas esto, Ellie, te ne-ce-si-to —dice remarcando la voz—. Hay muchas cosas que hacer, ver el vestido, las flores y mamá…
—¿Cómo está?
—Como siempre —suspira.
Mi madre suele estar ausente, desde que mi hermano más pequeño murió, en un accidente en el que conducía ella. Unos paparazzi los perseguían y ella se puso nerviosa. Se salieron de la carretera, dando varias vueltas de campana. Aunque ganaron el juicio, no le devolvieron a mi hermano. Y ella, que adoraba a su pequeño, salió mentalmente de este mundo.
—¿Y cuánto tiempo me necesitarías?
—Me caso en tres semanas, por lo que es menos de un mes. Podrías hacer ese sacrificio por tu hermana pequeña.
—No me hagas chantaje emocional —le advierto. Sé que voy a caer, así que no me resisto más, no vale la pena—. Está bien. Déjame un par de días para arreglar las cosas por aquí e iré.
Mi hermana grita emocionada y enseguida cuelgo el teléfono. Tendré que hablar con la supervisora y arreglar algunos asuntos. Supongo que mi hermanita lo merece. Hace un año y medio que no la veo físicamente, aunque hacemos de vez en cuando videollamadas. Sabía que estaba saliendo con alguien, pero no me aclaró con quién. O sí. He querido huir de todo eso, hasta tal punto, que quizá no le he prestado la suficiente atención. A mi padre, sin embargo, hace casi cuatro años que no lo veo. Vino a buscarme cuando me fui, hui a Madrid, y ante mi negativa a volver, se enfadó tanto que me retiró la palabra. Con mi hermano hablo a veces; él es el heredero del país, tiene demasiado que hacer y, además, está todo el día haciendo hijos con su encantadora esposa.
Son una pareja perfecta y veo que sinceramente se aman, que, en nuestra posición, es bien difícil. Por eso, en parte, quise marcharme. Estaba harta de fiestecitas y de gente que solo nos aprecia porque somos algo así como princesas. Y también de los paparazzi, que nos han perseguido desde que nacimos. Nos han criticado cada mechón de pelo mal puesto, cada vestido o cada arruga. Eso es algo insoportable.
Vuelvo a entrar y hablo con la supervisora. Le cuento la verdad, que mi hermana pequeña se casa y que me necesita. No he cogido vacaciones en dos años y, aunque sé que soy un elemento importante en la organización, no me pone problemas.
Servimos las comidas. Conozco a muchos de los que vienen a comer y cada vez son más jóvenes. Desde la crisis y la pandemia, y la guerra y de nuevo la crisis, el empleo y la economía familiar han ido de mal en peor. Muchas familias se han quedado sin trabajo y acuden tres o cuatro miembros de la familia a comer. Hay niños pequeños y se me parte el corazón al verlos comer con tanto apetito. Sinceramente, cuando al año que viene cumpla los veintiocho y pueda acceder a mi fideicomiso, tengo claro donde lo voy a invertir.
Termino sudando y, como siempre, cuando acabamos la jornada, la supervisora nos da un abrazo a cada uno de los voluntarios y nos agradece nuestro esfuerzo. Me voy a casa con la convicción de que hoy he contribuido un poquito a mejorar el mundo.
***
Comparto piso con dos estudiantes, una de medicina, Luisa; y otra de magisterio, Eva. Se han convertido en mis mejores amigas, aunque sean algo mayores que yo. Tengo una renta que me permitiría comprar tres pisos como el que vivo, pero prefiero ahorrarla y de vez en cuando hacer alguna donación anónima a la ONG, lo que ha permitido que subsistamos y podamos seguir dando comidas en el barrio.
Si supieran con quien comparten piso, creo que se caerían de culo. Solo saben que tengo ascendencia francesa y que me largué de casa. A veces me siento mal por mentirles o por no decirles toda la verdad. Sinceramente, no puedo.
Además, estoy irreconocible. Cuando era princesita, llevaba mi cabello rubio largo y ondulado y siempre iba vestida de marcas muy caras. Estaba muy delgada, extremadamente delgada, y más después de lo de mi hermano. Los periódicos y revistas amarillos dijeron que tenía anorexia, y puede que así fuera.
Ahora como bien y me ejercito bastante en deportes de contacto. Me gusta saber que podría defenderme. Además, teñí mi cabello y en los últimos tiempos lo llevo castaño oscuro y bien corto. Mi hermana no lo sabe porque suelo ponerme un postizo cuando hacemos videollamada. He pensado que para la boda volveré a llevar el pelo largo. Me pondré una peluca o un postizo. No quiero que nadie me reconozca después.
La excusa de mi desaparición fue unos estudios, y después de lo que había pasado con mi hermano, nos dejaron un tiempo tranquilos, lo que aproveché para desaparecer del mapa. Literalmente.
Y ahora, tengo que volver.

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